Mons. Gómez mantuvo que «hay un modo cristiano de comprender nuestro cuerpo y el de los demás». De este modo, se opuso a la concepción «neopagana» de promover el culto del cuerpo, «a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo». Así mismo, alabó el pudor, que «rechaza los exhibicionismos, preserva la intimidad, protege el misterio de la persona y su amor».