Los franciscanos están en Tierra Santa desde hace 800 años. Y no sólo cuidan de los lugares por los que pasaron Jesús y los apóstoles. También de sus habitantes, ya sean cristianos o no cristianos. Por eso, Ibrahim Alsabagh, el párroco de Aleppo, no abandonó la ciudad durante los cuatro años de guerra y asedio. Y, ahora está ayudando a reconstruirla. No se trata sólo de recuperar un lugar destruido al 70%, sin agua ni electricidad. El desafío es mucho mayor. Hay que emprender una reconstrucción más profunda de la persona humana, que, con su dignidad herida, vive en condiciones realmente inhumanas”.