Quique creció con los patrones del mundo: tenía que ser el número uno, el popular, el divertido... Así fue formándose una imagen. Con quince años comenzó a trabajar en discotecas como relaciones públicas. Metido en este mundo de fiestas, alcohol, relaciones e infidelidad, sentía que su corazón no se llenaba, y lloraba por las mañanas en su casa. La invitación por parte de un sacerdote a unas convivencias de Semana Santa permitió que Quique se encontrara con Dios. A partir de ahí comenzó su cambio.