Enrique Bonilla comienza a alejarse de la fe y a introducirse en el mundo en la adolescencia. Durante años, experimentó un vacío que no conseguía llenar nada de lo que hacía. Después de su matrimonio, apuntó a su hija para que hiciera la Primera Comunión, y terminó de catequista y aprendiendo a dar todo lo que había recibido de pequeño en casa gracias a su abuela y a sus padres.