A los 14 años Davide Barbieri se introdujo en el mundo del alcohol y la marihuana. Poco después comenzó a inyectarse heroína, en un inútil intento de borrar el dolor de su trágica historia familiar. En la adolescencia empezó a robar, primero a particulares, luego en bancos; a traficar drogas a nivel internacional... Cinco intentos de suicidio nos hablan del vacío inmenso en que vivía. Reducido a la indigencia, vivía en una estación de tren. Hasta que conoció la comunidad del Cenáculo y Davide experimentó el poder que el amor de Dios tiene para «hacer nuevas todas las cosas».