Ana Amado tenía solo dos años y medio cuando le descubrieron un tumor: un neuroblastoma en el mediastino. La primera intervención quirúrgica pareció un éxito, pero, poco después, el tumor se reprodujo hasta hacerse todavía más grande que el anterior. La quimioterapia provocó un nuevo tumor, cerca del que ya existía. Ana empeoró y se fue debilitando. Sus padres, reconociendo en el Papa al Vicario de Cristo, peregrinaron a Roma con la esperanza de que Ana recibiera la bendición del Papa Benedicto XVI para ser curada. De regreso a España, la siguiente operación fue un éxito. Por eso Ana dice: «Para mí, el Papa es el puente entre el cielo y la tierra».