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3 de noviembre: San Martín de Porres

Conociendo a los Santos - 3 de noviembre - San Martín de Porres. Por el Rvdo. Custodio Ballester, pbro.
San Martín de Porres. «Religioso dominico peruano. El primer mulato en subir a los altares, honrado en numerosos países del mundo. Patrón de la justicia social, de los barberos, barrenderos, enfermeros, farmacéuticos, protector de los pobres»
Nació en Lima, Perú, el 9 de diciembre de 1579. Era hijo natural del español Juan de Porres, un burgalés que pertenecía a la Orden militar de Calatrava, y de la mulata libre de origen panameño, Ana Velásquez. Debió prometerle que la desposaría, pero los prejuicios de la época no se aliaron con ellos. De esta unión ilegítima en 1581 vino al mundo también una niña. Cuando el virrey comisionó a Juan para irse a Guayaquil, se llevó con él a los pequeños. Sin embargo, su familia repudió al muchacho por su color de piel. Juan se ocupó de su educación, pero en 1590 cuando lo nombraron gobernador de Panamá, se vio obligado a enviarlo a Lima. Eso sí, la cercanía le había permitido constatar las numerosas virtudes de Martín, su bondad y proverbial generosidad con los pobres.
Elegante y amable en el trato, Martín era también muy inteligente, así que no le costó aprender las técnicas de barbería, oficio reputado en la época, y adquirir nociones de medicina que le servirían más tarde en su misión. Antes de convertirse en religioso obtenía un buen sueldo como ayudante del boticario Mateo Pastor. Con lo que ganaba, ayudaba a otros muchachos que no tenían medios económicos. El ejercicio de su profesión le permitía acceder tanto a la flor y nata de la sociedad limeña como a las clases inferiores; a todos hablaba de la bondad de Dios. Combinaba esta tarea con la labor voluntaria que realizaba en hospitales; pasaba las noches prácticamente en vela orando ante una imagen de Cristo crucificado.

A los 15 años, animado por fray Juan de Lorenzana, quiso ser dominico como él, pero la discriminación por diferencia de raza, prejuicio marcado entonces, le siguió al convento de Nuestra Señora del Rosario. Y únicamente pudo ingresar como «donado». Pero era más que suficiente para su espíritu humilde y servicial, ya que solo deseaba estar más cerca de Dios y ayudar al prójimo. Por lo demás, se gozaba en «pasar desapercibido y ser el último». El trato desigual que le dispensaron, los insultos que recibía por su tez oscura, no le arrebataron su alegría, y la escoba que pusieron en sus manos fue instrumento de gloria para su vida.
En una visita que su padre hizo al convento, logró que el provincial considerara a Martín como hermano cooperador. Profesó en junio de 1603. Fiel observante, pronto a la oración, obediente, humilde, generoso, puntual, sobrio, sencillo, austero, era también diligente y dadivoso con los demás hasta el extremo. El Santísimo Sacramento y la Virgen del Rosario fueron objeto supremo de su devoción. Por lo general, estaba tan extenuado por sus tareas que hacía ímprobos esfuerzos para no sucumbir al sueño durante la oración. Sus cuidados como enfermero fueron un pararrayos para el convento; allí acudían numerosas personas en su busca. Pero su piedad y misericordia con los enfermos y pobres que recogía en las calles, portándolos a hombros hasta su propio lecho para prodigarles atenciones con toda ternura, suscitaron recelos y envidias; fue objeto de injurias hasta de sus propios hermanos.
Dios le otorgó el don de milagros, entre otros. Las curaciones extraordinarias se produjeron no solo con sus cuidados sino simplemente con su presencia. Él, humildemente, advertía: «yo te curo, Dios te sana». Como recibió el don de la bilocación, podía vérsele en varios lugares a la vez consolando y remediando los males de unos y de otros. Una vez vio que un obrero se caía del andamio de la torre y, para no desobedecer –cuentan los testigos de la época– le dijo «¡detente!» y a renglón seguido fue a solicitar permiso a su superior para salvarle, mientras el albañil permanecía suspendido en el aire, permiso que le fue otorgado obrándose ese milagro que precisaba el buen hombre y que se produjo ante su fuerte impresión y la del superior de Martín. Memorable fue la acción del santo durante la epidemia de viruela; se convirtió en el «ángel de Lima». Hasta los animales hambrientos y heridos eran objeto de su afecto. Fundó los Asilos y Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz para niños y niñas. Sus hermanos contemplaban asombrados su intensísima acción apostólica cotidiana, preguntándose en qué momento dormía.
Era estimado por todos, incluido el virrey, que no ocultaba su veneración por él. En 1639 contrajo el tifus exantemático que cursaba con espasmos, alta fiebre y delirios. Y supo que había llegado su hora: «He aquí el fin de mi peregrinación sobre la tierra. Moriré de esta enfermedad. Ninguna medicina será de provecho». Manifestó que en ese instante le acompañaban la Virgen, San José, santo Domingo, san Vicente Ferrer y santa Catalina de Alejandría. Y besando el crucifijo falleció el 3 de noviembre de ese año. Gregorio XVI lo beatificó en 1837. Juan XXIII lo canonizó el 6 de mayo de 1962, y lo declaró santo patrón de la justicia social.

Otros santos del 3 de noviembre:

San Domnino de Vienne
San Ermengol de Urgel
San Gaudioso de Tarazona
San Guenael de Landevenec
San Huberto cazador
Santa Ida de Fieschingen
San Juanicio de Antidio
San Libertino de Agrigento
Santa Odrada de Alem
San Pápulo de Lauragais
San Pedro Francisco Nerón
San Pirmino de Reichenau
Santa Silvia de Sicilia
Santa Wenefrida
Beata Alpaide de Cudot
Beato Berardo de los marsos
Beato Simón Ballachi
Beato Manuel Lozano Garrido «Lolo». «Periodista, escritor, hombre de profunda fe que demostró con creces desde su silla de ruedas, en la que vivió atrapado treinta y dos años, nueve de los cuales fue aquejado de ceguera».

 

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