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- Audiencia General del papa Francisco: Miércoles 11 noviembre 2020

El Papa Francisco introdujo la catequesis afirmando que el fundamento de la misión de Jesús fue el continuo diálogo con el Padre, el silencio y el recogimiento. Cuestionado sobre por qué habla mucho sobre la oración, el Obispo de Roma afirmó: “La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es para atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que siempre nos guía hacia adelante. Por eso hablo mucho sobre la oración”.

Para animarnos a la perseverancia, dice Francisco, el Señor nos propone tres parábolas: la del amigo inoportuno, la de la anciana y el juez inicuo, y la del fariseo y el publicano.

La oración debe ser tenaz. Dios siempre responde
El Papa, recordó el texto de Lucas 11,5-8 que nos recuerda un personaje que llama a la puerta de su amigo en medio de la noche, forzándolo eventualmente a levantarse. Este relato nos enseña que la oración debe ser tenaz: "Quien llama a la puerta de su corazón con fe y perseverancia -dice el Papa- no está decepcionado. Dios siempre responde, siempre".

Nuestro Padre sabe bien lo que necesitamos; la insistencia no sirve para informarle o convencerle, sino que sirve para alimentar en nosotros el deseo y la expectativa".

La segunda parábola (Lc 18, 1-8) cuenta la insistencia de la viuda que se dirige a un juez corrupto para pedir justicia. Francisco afirma: “Esta parábola nos hace comprender que la fe no es el impulso de un momento, sino una valiente disposición para invocar a Dios, incluso para "discutir" con Él, sin resignarse al mal y a la injusticia”.

La humildad, una condición para orar
El tercer relato es el del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14) que van al templo a rezar. El primero está lleno de sí mismo, el segundo se siente indigno, pero Dios escucha al segundo. La historia nos dice que "no hay verdadera oración sin un espíritu de humildad. Es precisamente la humildad la que nos lleva a pedir, a rezar".

El Papa Francisco subraya: “La enseñanza del Evangelio es clara: hay que rezar siempre, incluso cuando todo parece vano, cuando Dios aparece sordomudo y parece que perdemos el tiempo. Aunque el cielo se nuble, el cristiano no deja de rezar. Su oración va de la mano con la fe. Y la fe, en tantos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un trabajo estéril. Hay momentos oscuros en nuestra vida y la oración parece una ilusión. Pero practicar la oración también significa aceptar este esfuerzo. "Padre, voy a rezar y no siento nada... Me siento tan, con el corazón seco, con el corazón seco, que no sé...". Pero debemos continuar, con esta fatiga de los malos momentos, de los momentos en que no sentimos nada.

Jesús reza con nosotros y nos escucha
El Papa cita el ejemplo de muchos santos y santas que "han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios" y han sido perseverantes. Pero, continúa, incluso en estos momentos nadie está solo porque Jesús reza con nosotros, "Nos acoge en su oración, para que podamos rezar en Él y a través de Él. Y esto es obra del Espíritu Santo". Como explica el Catecismo, esto es lo que nos da "la certeza de estar cumplidos". Francisco recuerda entonces las confiadas palabras del Salmo 91: "Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas encontrarás refugio; su fidelidad será tu escudo y tu armadura". No temerás el terror de la noche ni la flecha que vuela de día, la plaga que vaga en la oscuridad, el exterminio que hace estragos al mediodía. Y él dice:

Es en Cristo que esta maravillosa oración se cumple, es en Él que encuentra su plena verdad. Sin Jesús, nuestras oraciones se arriesgarían a ser reducidas a esfuerzos humanos, la mayoría de las veces destinados al fracaso. Pero ha tomado sobre sí cada grito, cada gemido, cada júbilo, cada súplica... cada oración humana. Y no olvidemos al Espíritu Santo. El Espíritu Santo reza en nosotros. Él es quien nos lleva a orar, nos lleva a Jesús: Él es el Don.

El Papa finaliza insistiendo en que “por eso el cristiano que reza no teme a nada, se confía al Espíritu Santo, que nos fue dado como un regalo y que reza en nosotros, despertando la oración. Que el mismo Espíritu Santo, Maestro de la oración, nos enseñe el camino de la oración”.

 

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