Arturo Mari tenía solo 16 años cuando empezó como fotógrafo del Vaticano, un 9 de marzo de 1956. Desde ese momento, dedicó 55 años de su vida a inmortalizar los momentos más importantes de seis papas distintos. Desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, congelaba esos momentos en el tiempo. Pero su relación más especial fue con Juan Pablo II, de quien se hizo amigo durante el Concilio Vaticano II. Ninguno de los dos imaginaba que uno acabaría siendo Papa y que el otro sería el primero en fotografiarlo tras la fumata blanca.