Desde el Sínodo los obispos recuerdan que es un deber grave de las instituciones y de toda la sociedad intentar acoger a personas a quienes la vida les ha negado un derecho fundamental: tener familia, un padre y una madre. Una realidad que, señalan, está inscrita en la intimidad de cada ser humano.
La realidad de los niños abandonados o de las madres solteras plantea un desafío para las instituciones locales en todos los niveles. Se trata de personas que crecerán sin educación y sin referentes en la vida. Su futuro, en la mayor parte de los casos, suele terminar en la prostitución o en la delincuencia.