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Celebración del 65 aniversario de sacerdocio de Benedicto XVI

Martes 28 de junio de 2016 - Retransmisión en directo -

Solemne ceremonia en el 65 aniversario de sacerdocio del Papa emérito, Benedicto XVI .
A las 12:00 del mediodía en la Sala Clementina del Vaticano se rindió homenaje a Benedicto XVI. El 29 de junio cumple 65 años como sacerdote. Su hermano Georg, también fue ordenado el mismo día.


*** Discurso del Papa Benedicto al Papa Francisco:

"Santo Padre, queridos hermanos,

Hace 65 años, uno de los sacerdotes que se ordenó conmigo escribió en el recordatorio de su primera misa, además de su nombre y la fecha, una sola palabra en griego: Eucharistomen convencido de que esta palabra, en todas sus dimensiones, ya dice todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistomen es un gracias humano... Gracias a todos. ¡Gracias especialmente a usted, Santo Padre!

La bondad que ha mostrado desde el primer momento de su elección, en cada momento de mi vida aquí, me impresiona, me llega hasta lo más profundo. Más que en los jardines del Vaticano, con su belleza, el lugar donde yo vivo es su bondad, allí me siento protegido.

Gracias por sus palabras de agradecimiento, por todo. Y esperamos que usted siga guiándonos por este camino de la Misericordia Divina, mostrándonos el camino hacia Jesús, a Jesús, hacia Dios.

(...)

Gracias, cardenal Müller, por el trabajo que ha hecho para la presentación de mis textos sobre el sacerdocio, en los que trato de ayudar a nuestros hermanos a entrar siempre de nuevo en el misterio en el que el Señor se entrega a nuestras manos.

Eucharistomen... En aquel entonces mi amigo Berger no se refería sólo a la dimensión de la gratitud humana, sino por supuesto a la palabra más profunda que se esconde y aparece en la liturgia, en la Escritura, en las palabras "gratias agens benedixit fregit deditque”... Eucharistomen la acción de gracias evoca la nueva dimensión que Cristo dio. Él transformó en agradecimiento, y por lo tanto en bendición, la cruz, el sufrimiento, todo el mal del mundo. Y así, fundamentalmente ha transustanciado la vida y el mundo y nos ha dado y nos da cada día el Pan de la vida verdadera, que supera al mundo gracias a la fuerza de su amor.

Al final, queremos inserirnos en este "gracias” del Señor, y así recibir realmente la novedad de la vida y ayudar a la transustanciación del mundo: que sea un mundo, no de muerte sino de vida; un mundo en el que el amor haya vencido a la muerte.

Gracias a todos ustedes. Que el Señor nos bendiga a todos."


*** Texto del saludo del Santo Padre Francisco al Papa Emérito Benedicto XVI:

Santidad, hoy festejamos la historia de una llamada que comenzó hace sesenta y cinco años con su ordenación sacerdotal en la Catedral de Frisinga el 29 de junio de 1951. ¿Pero cuál es la nota de fondo que recorre esta larga historia y que desde aquel primer inicio hasta hoy la domina cada vez más?

En una de las tantas bellas páginas que Usted dedica al sacerdocio, subraya que, en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús, mirándolo, en el fondo le pregunta sólo una cosa: “¿Me amas?”.

¡Qué bello y verdadero es esto! Porque está aquí, Usted nos dice, es en aquel “me amas” que el Señor funda el apacentar, porque sólo si existe el amor por el Señor Él puede apacentar a través de nosotros: “Señor, tú sabes todo, tú sabes que te amo” (Jn 21, 15-19). Esta es la nota que domina una vida entera gastada en el servicio sacerdotal y de la teología que Usted, no casualmente, ha definido como “la búsqueda del amado”; es esto lo que Usted ha testimoniado siempre y testimonia aún hoy: que lo decisivo en nuestras jornadas – con sol o con lluvia – sólo aquella con la que viene todo lo demás, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseemos, que interiormente estemos cerca de Él, que lo amemos, que verdaderamente creamos profundamente en Él y creyendo lo amemos verdaderamente. Es este amar lo que verdaderamente nos colma el corazón, este creer es lo que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, también en medio de la tempestad, precisamente como sucedió a Pedro; este amar y este creer es lo que nos permite mirar hacia el futuro no con miedo o nostalgia, sino con alegría, incluso en los años ya avanzados de nuestra vida.

Y así, precisamente viviendo y testimoniando hoy de modo tan intenso y luminoso esta única cosa verdaderamente decisiva – tener la mirada y el corazón dirigido a Dios – Usted, Santidad, sigue sirviendo a la Iglesia, no deja de contribuir verdaderamente con vigor y sabiduría a su crecimiento; y lo hace desde aquel pequeño Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano que se revela de ese modo algo muy diferente que uno de aquellos rincones olvidados en los cuales la cultura del descarte de hoy tiende a relegar a las personas cuando, con la edad, sus fuerzas decaen. Es todo lo contrario; y esto ¡permite que lo diga con fuerza Su Sucesor que ha elegido llamarse Francisco!

Porque el camino espiritual de San Francisco comenzó en San Damián, pero el verdadero lugar amado, el corazón pulsante de la Orden – allí donde la fundó y donde, en fin, entregó su vida a Dios – fue la Porciúncula, la “pequeña porción”, el rinconcito ante la Madre de la Iglesia; cerca de María que, por su fe tan firme y por vivir enteramente del amor y en el amor con el Señor, todas las generaciones llamarán bienaventurada.

Del mismo modo, la Providencia ha querido que Usted, querido Hermano, llegara a un lugar por decirlo de alguna manera “propiamente franciscano”, del que brota una tranquilidad, una paz, una fuerza, una confianza, una madurez, una fe, una entrega y una fidelidad que me hacen tanto bien y me dan tanta fuerza a mí, y a toda la Iglesia. Y me permito, que también de Usted viene un sano y alegre sentido del humor.

El anhelo con el que deseo concluir es, por tanto, un anhelo que dirijo a Usted, y junto a todos nosotros, a la Iglesia entera: ¡Que Usted, Santidad, siga sintiendo la mano de Dios misericordioso que lo sostiene, que experimente y testimonie el amor de Dios; que, con Pedro y Pablo, siga exultando con gran alegría mientras camina hacia la meta de la fe (Cfr. 1 Pt, 8-9, 2 Tim, 4)!

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Con ocasión del 65º aniversario sacerdotal del Papa emérito, el 29 de junio de 1951, este martes se presentó en el Vaticano el libro “Enseñar y aprender el amor de Dios” que recoge textos de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI sobre el sacerdocio.

Se trata del primer volumen de una colección de libros de Benedicto XVI sobre el sacerdocio del cual el Papa Francisco escribió el prefacio. La presentación se llevó a cabo durante la ceremonia en la Sala Clementina por el 65° aniversario de sacerdocio de Benedicto XVI y en la que participó el Papa Francisco.

En el prefacio del libro, el Papa Francisco escribió:

“Cuando leo las obras de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha hecho y hace ‘teología de rodillas’: de rodillas porque, antes incluso que ser un grandísimo teólogo y maestro de la fe, se ve que es un hombre que cree verdaderamente, que ora verdaderamente; se ve que es un hombre que personifica la santidad, un hombre de paz, un hombre de Dios”.

Por este motivo, Francisco explicó que Joseph Ratzinger “encarna ejemplarmente el corazón de toda la acción sacerdotal: ese profundo enraizamiento en Dios sin el cual toda la capacidad organizativa posible y toda la presunta superioridad intelectual, todo el dinero y el poder resultan inútiles; él encarna esa constante relación con el Señor Jesús sin la cual nada es ya verdadero, todo se convierte en rutina, los sacerdotes en asalariados, los obispos en burócratas y la Iglesia deja de ser la Iglesia de Cristo y se convierte en un producto nuestro, una ONG a fin de cuentas superflua”.

Además, el Papa Francisco aseguró sobre Benedicto XVI que “leyendo este volumen, se ve claramente como él mismo, en sesenta y cinco años de sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal”.

Asimismo, el Papa Bergoglio afirmó que “Benedicto XVI nos sigue testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio Mater Ecclesiae, en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el ‘factor decisivo’, ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el primer y el más importante servicio no es la gestión de los ‘asuntos corrientes’, sino rezar por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el Papa emérito… La oración, nos dice en este libro y nos testimonia Benedicto XVI, es el factor decisivo: es una intercesión de la que tienen más necesidad que nunca tanto la Iglesia como el mundo —y tanto más en este momento de verdadero y propio cambio de época—; tienen necesidad de ella como del pan, más que del pan”.

Por último, Francisco se dirige a los sacerdotes y les dijo: “¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si alguno de ustedes tuviera en algún momento dudas sobre el centro del propio ministerio, sobre su sentido, sobre su utilidad, si en algún momento le vinieran dudas sobre lo que los hombres esperan verdaderamente de nosotros, medite profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los hombres esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis escrito y testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a Él, al agua fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa, el agua que solo Él puede regalarnos y que ningún sucedáneo podrá nunca remplazar; que les conduzcamos a realizar ese sueño más íntimo que tienen y que ningún poder podrá nunca prometerles ver cumplido”.

(Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

Texto completo del prefacio escrito por el Papa Francisco:

Cuando leo las obras de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha hecho y hace «teología de rodillas»: de rodillas porque, antes incluso que ser un grandísimo teólogo y maestro de la fe, se ve que es un hombre que cree verdaderamente, que ora verdaderamente; se ve que es un hombre que personifica la santidad, un hombre de paz, un hombre de Dios. Y así él encarna ejemplarmente el corazón de toda la acción sacerdotal: ese profundo enraizamiento en Dios sin el cual toda la capacidad organizativa posible y toda la presunta superioridad intelectual, todo el dinero y el poder resultan inútiles; él encarna esa constante relación con el Señor Jesús sin la cual nada es ya verdadero, todo se convierte en rutina, los sacerdotes en asalariados, los obispos en burócratas y la Iglesia deja de ser la Iglesia de Cristo y se convierte en un producto nuestro, una ONG a fin de cuentas superflua.

El sacerdote es aquel que «encarna la presencia de Cristo, testimoniando su presencia salvífica», escribe en este sentido Benedicto XVI en la Carta de proclamación del Año sacerdotal. Leyendo este volumen, se ve claramente como él mismo, en sesenta y cinco años de sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal.

El cardenal Ludwig Gerhard Müller ha afirmado con autoridad que la obra teológica de Joseph Ratzinger, antes, y de Benedicto XVI, después, lo sitúa en esa serie de grandísimos teólogos que han ocupado la cátedra de Pedro; como, por ejemplo, el papa León Magno, santo y doctor de la Iglesia.

Renunciando al ejercicio activo del ministerio petrino, Benedicto XVI ha decidido ahora dedicarse totalmente al servicio de la oración: «El Señor me llama a “subir al monte” a dedicarme todavía más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, más aún, si Dios me pide esto es propiamente para que pueda continuar sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que he tratado de hacerlo hasta ahora», ha dicho en el último y conmovedor Ángelus que ha rezado. Desde este punto de vista, a la justa consideración del Prefecto para la Doctrina de la Fe, querría añadir que quizás es precisamente hoy, como papa emérito, cuando él nos está impartiendo del modo más evidente una de sus más grandes lecciones de «teología de rodillas».

Porque Benedicto XVI nos sigue testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio Mater Ecclesiae, en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el «factor decisivo», ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el primer y el más importante servicio no es la gestión de los «asuntos corrientes», sino rezar por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el papa emérito: constantemente inmerso en Dios, con el corazón siempre dirigido a Él, como un amante que en cada instante piensa en el amado, haga lo que haga. Así, Su Santidad, Benedicto XVI, con su testimonio, nos muestra cuál es la verdadera oración: no la ocupación de algunas personas consideradas particularmente devotas y quizás tenidas por poco aptas para resolver problemas prácticos, para ese «hacer» que, sin embargo, los más «activos» creen que es el elemento decisivo de nuestro servicio sacerdotal, relegando así de hecho la oración al «tiempo libre». Orar no es tampoco simplemente una buena práctica para poner un poco en paz la propia conciencia, o solo un medio devoto para obtener de Dios lo que en un momento determinado creemos que sirve. No. La oración, nos dice en este libro y nos testimonia Benedicto XVI, es el factor decisivo: es una intercesión de la que tienen más necesidad que nunca tanto la Iglesia como el mundo —y tanto más en este momento de verdadero y propio cambio de época—; tienen necesidad de ella como del pan, más que del pan. Porque orar es confiar la Iglesia a Dios, con la conciencia de que la Iglesia no es nuestra, sino Suya, y que precisamente por esto él no la abandonará; porque orar significa confiar el mundo y la humanidad a Dios; la oración es la clave que abre el corazón de Dios, es la única que consigue introducir de nuevo a Dios siempre, continuamente, en este mundo nuestro, y es, a la vez, la única que consigue introducir de nuevo a los hombres y al mundo siempre, continuamente, en Él, como el hijo pródigo que vuelve a su Padre, lleno de amor por él, y no espera más que poder abrazarlo. Benedicto XVI no olvida que la oración es la primera tarea del obispo.

Y así, orar verdaderamente va de la mano con la conciencia de que el mundo sin la oración no solo pierde rápidamente su orientación, sino también la auténtica fuente de la vida: «Porque sin la vinculación con Dios somos como satélites que han perdido su órbita y caemos como enloquecidos en el vacío, no solo desintegrándonos nosotros mismos, sino amenazando también a los demás», escribe Joseph Ratzinger, ofreciéndonos una de sus tantas estupendas imágenes esparcidas en este libro.

¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si alguno de vosotros tuviera en algún momento dudas sobre el centro del propio ministerio, sobre su sentido, sobre su utilidad, si en algún momento le vinieran dudas sobre lo que los hombres esperan verdaderamente de nosotros, medite profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los hombres esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis escrito y testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a Él, al agua fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa, el agua que solo Él puede regalarnos y que ningún sucedáneo podrá nunca remplazar; que les conduzcamos a realizar ese sueño más íntimo que tienen y que ningún poder podrá nunca prometerles ver cumplido.

No es casualidad que la iniciativa de este volumen —junto con la de dar vida muy oportunamente a una Serie de libros temáticos sobre el pensamiento de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI— haya partido de un laico, el profesor Pierluca Azzaro, y de un sacerdote, el reverendo padre Carlos Granados. A ellos va mi cordial agradecimiento, bendición y apoyo por el importante proyecto, junto con el reverendo don Giuseppe Costa, director de la Librería Editrice Vaticana, que publica la Opera Omnia de Joseph Ratzinger. No es casualidad, decía, porque el volumen que hoy presento está dirigido en la misma medida a los sacerdotes y a los fieles laicos; como magistralmente testimonia, entre tantas, esta página del libro que ofrezco a los religiosos y a los laicos como una última y segura invitación a la lectura: «Casualmente he leído en estos días un relato sobre estas cuestiones, en el que el gran escritor francés Julien Green describe las peripecias de su conversión. Cuenta él cómo en el período de entreguerras vivía tal como vive un hombre de hoy, con todas las permisividades que éste se da a sí mismo; ni mejor ni peor, esclavo de los placeres, que están ahí junto con Dios, de forma que, por una parte los necesita, para hacer soportable su vida, y al mismo tiempo encuentra insoportable esa vida. Él es un hombre que busca dónde podría encontrar una salida, establece algunas relaciones. Un día va a ver al gran teólogo Henri Bremond, pero el resultado es sólo una conversación de carácter académico, planteamientos de carácter teorético, que nada le ayudan. Entonces entra en relación con dos grandes filósofos, el matrimonio Jacques y Raissa Maritain. Raissa Maritain lo remite a un dominico polaco. Él se dirige a aquél y le describe la situación de su vida desgarrada. El sacerdote le dice: ¿Y está usted conforme con esa vida? ¡No, claro que no! A usted le gustaría vivir de otro modo, ¿se arrepiente? ¡Sí! Y entonces sucede algo inesperado. El sacerdote le dice: ¡Arrodíllese! Ego te absolvo a peccatis tuis, yo te absuelvo. Julien Green escribe: Entonces me di cuenta de que, en el fondo, siempre había estado esperando ese instante, siempre había estado esperando a que en cualquier momento hubiese alguien que me dijese: Arrodíllate, yo te absuelvo; me fui a casa, yo no era otro, no, finalmente había vuelto a ser yo mismo».





 

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