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-LLegan a Roma los cuerpos incorruptos de San Pio y San Leopoldo

Viernes 5 de febrero de 2016

Año Santo de la Misericordia
Procesión con los cuerpos incorruptos de San Pío de Pietrelcina y de San Leopoldo Mandic por las calles de Roma hasta llegar a la basílica de San Pedro, donde son recibidas por el Cardenal Angelo Comastri y quedarán expuestas en la nave central, ante el Altar de la Confesión de la basílica de San Pedro, hasta el día 11 de febrero.
Dos grandes Santos, que dedicaron gran parte de su vida a administrar el sacramento de la penitencia, ejemplares en el año de la misericordia.

El santo fraile capuchino, San Pio de Pietrelcina, pasaba hasta 16 horas al día en el confesionario, escuchando confesiones y dando el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación, por pedido del Papa ha llegado desde san Giovanni Rotondo a Roma, para ser venerado en el Año de la misericordia, como un santo de la misericordia, porque Francisco quiere sacerdotes misericordiosos como el Padre Dios.
El papa Francisco dijo en la catequesis del 3 de febrero, que la justicia triunfa “si el culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, es ahí que el mal no existe más, y aquel que era injusto se hace justo, porque es perdonado y ayudado a encontrar la camino del bien. Y aquí está justamente el perdón, la misericordia… Y este es el corazón de Dios, un corazón de Padre que quiere que sus hijos… sean felices… Y precisamente es un corazón de Padre el que queremos encontrar cuando vamos al confesionario… en el confesionario todos vamos a encontrar un padre; un padre que nos ayude a cambiar de vida; un padre que nos de la fuerza para ir adelante; un padre que nos perdone en nombre de Dios. Y por esto ser confesores es una responsabilidad muy grande, muy grande, porque aquel hijo, aquella hija que se acerca a ti busca solamente encontrar un padre. Y tú, sacerdote, que estás ahí en el confesionario, tú estás ahí en el lugar del Padre Dios que hace justicia con su misericordia”.

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El Padre Leopoldo consumó casi la mitad de su vida en el convento de los Capuchinos de Padua, encerrado en su pequeña celda-confesonario de dos metros por tres, dedicándose con toda su energía a la acogida de los fieles, sobre todo de los pobres y de los pecadores en la celebración del sacramento de la confesión.
Por sus dotes de sabiduría y de saber escrutar los corazones, debidas a la familiaridad con los textos bíblicos y patrísticos, era solicitado incluso por doctores, docentes de la Universidad de la ciudad. Se distinguió también por su vida de oración,por su intensa devoción a la Virgen María (que en dialecto véneto él llamaba “Parona benedeta”), y sobre todo por su benévola acogida de los penitentes. “Esté tranquilo, decía a muchos, ponga todo sobre mis espaldas y fiése de mí”. Y se cargaba de oraciones, vigilias nocturnas, ayunos y privaciones voluntarias.

También el Papa Juan Pablo II, evocando algunas expresiones de padre Leopoldo, en la homilía de la canonización puso en evidencia el perfil ejemplar del confesor: “Si se quisiese definirlo con una sola palabra, él es “el confesor”; él sabía sólo confesar. Y en esto está precisamente su grandeza: en el desaparecer para dejar lugar al Pastor de las almas. Y manifestaba su empeño de este modo: ’Escondamos todo, aun aquello que pueda tener la apariencia de don de Dios, para que no se haga un mercado. ¡A Dios sólo el honor y la gloria! Si fuera posible, nosotros tendríamos que pasar por la tierra como una sombra que no deja huella’. Y a quien le preguntaba cómo hacía para vivir de esta manera, él respondía: “Es mi vida”.

 

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