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- El papa Francisco visita la comunidad ucraniana de Roma. Domingo 28 de enero 2018

El papa Francisco visita la basílica de Santa Sofía de Roma, sede de la comunidad greco-católica ucraniana.
La contrucción de esta basílica fue promovida por el cardenal Josyp Slipyi, quien sufrió las consecuencias de la persecución durante el régimen soviético.
Francisco es el tercer Papa en visitar la basílica tras Pablo VI y Juan Pablo II.
A distancia de treinta y cuatro años, la Comunidad greco católica ucraniana de Roma recibió una visita por parte de un pontífice, en la tarde del 28 de enero. Se trató de la segunda, tras aquella del 17 de octubre de 1984, cuando Juan Pablo II se dirigiera a la Iglesia de Santa Sofía para celebrar la Santa Misa en sufragio del cardenal Josyf Slipyk, fundador de dicha Basílica. Aceptando la invitación de Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev, el Papa visitó la Comunidad greco-católica ucraniana en la Basílica de Santa Sofía, situada en la periferia oeste de la capital romana.

“Gracias por su invitación, por su presencia, por su alegría y su acogida. Vine a rezar y a visitarlos, y los invito antes de entrar a hacer una oración por la paz en Ucrania”, dijo el Papa en el atrio de la Basílica, en donde fue acogido por una numerosísima comunidad ucraniana, con calor y alegría. A su ingreso saludó a un grupo de niños que lo esperaban con flores, algunos de ellos enfermos.

Tras las palabras de Su Beatitud Svjatoslav Ševčuk, el Romano Pontífice inició su discurso expresando, ante todo, su alegría por este encuentro, agradeciéndoles nuevamente por la acogida y también por la fidelidad que siempre manifestaron “a Dios y al Sucesor de Pedro”, la cual, expresó, no pocas veces “fue pagada a caro precio”.

Tres figuras reflejo de la amorosa mirada de Dios
En la primera parte de su discurso el Obispo de Roma hizo memoria agradecida de tres figuras. La primera figura de ellas fue la del Cardenal Slipyj, quien construyera la luminosa Basílica, para que, tal como dijo el Papa, “esplendiese como un signo profético de libertad en los años en que se impedía el acceso a muchos lugares de culto”. Con los sufrimientos padecidos y ofrecidos al Señor, “ayudó a construir otro templo aún más grande y más bello: el edificio de piedras vivas que ustedes son” agregó Francisco.

La segunda figura fue la del Obispo Chmil, cuyos restos descansan en la basílica y a cuya tumba el Sucesor de Pedro rindió luego homenaje. “Una persona que me hizo tanto bien”, afirmó, y recordó cuando de joven, siendo monaguillo tres veces por semana, aprendiera de él el servicio en la Misa, la belleza de su liturgia, de sus historias, y el testimonio vivo de cuánto la fe haya sido afectada y forjada en medio de las terribles persecuciones ateas del siglo pasado.

La tercera persona que el Romano Pontífice trajo a la memoria fue la del Cardenal Husar, quien fuera, dijo, no sólo “padre y líder de su Iglesia”, sino también “guía y hermano mayor de muchos”. Muchos conservarán para siempre el afecto, la gentileza, la presencia vigilante y orante hasta el final, afirmó.

La parroquia viva, lugar de encuentro con Cristo Viviente
Prosiguiendo con su discurso, Su Santidad tomó la línea del programa pastoral de la comunidad, «la parroquia vivía es el encuentro con Cristo Viviente», de la cual subrayó dos palabras.

“La primera es encuentro”, dijo. “La Iglesia es encuentro. Es el lugar donde sanar la soledad, donde vencer la tentación de aislarse y encerrarse, de donde sacar fuerzas para superar el doblegarse sobre sí mismo”. “La segunda palabra es viviente. Jesús es el viviente, resucitó y está vivo - remarcó -, y así lo encontramos en la Iglesia, en la Liturgia, en la Palabra. Cada una de sus comunidades, entonces, sólo puede perfumar de vida”.

Las mujeres ucranianas: apóstoles de caridad y fe en Italia
Sucesivamente Francisco hizo presente la caridad y la fe de las mujeres ucranianas, muchas de las cuales trabajan cuidando ancianos y niños. A ellas el Papa dirigió un pensamiento especial y agradecido, invitándolas a considerar su trabajo, “agotador y a menudo insatisfactorio”, no sólo como un oficio, sino como una misión. “Ustedes son valiosas y llevan a muchas familias italianas el anuncio de Dios de la mejor manera, cuando con su servicio cuidan a las personas a través de una presencia atenta y no invasiva”, les dijo, y las alentó a llevar el consuelo y la ternura de Dios a quienes en la vida se disponen a prepararse para el encuentro con Él.

«Que callen las armas en Ucrania»
En la conclusión de su discurso, el Santo Padre manifestó su profunda cercanía al pueblo de Ucrania: “Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes: cerca con el corazón, cerca con la oración, cerca cuando celebro la Eucaristía. Allí le pido al Príncipe de la Paz para que callen las armas. También le pido que ya no tengan necesidad de realizar sacrificios enormes para mantener a sus seres queridos. Rezo para que la esperanza nunca se extinga en los corazones de cada uno, sino para que se renueve el coraje de ir hacia adelante, de recomenzar siempre”.

Y por último reveló un bello secreto: “Quisiera también decirles un secreto. En la noche antes de dormir y a la mañana cuando me levanto, siempre me encuentro con los ucranianos. ¿Y por qué? Porque cuando vuestro arzobispo mayor vino a la Argentina, yo pensaba que era el monaguillo, pero ¡era el arzobispo! Hizo un buen trabajo en Argentina. Nos encontrábamos a menudo. Una vez fue al Sínodo, vino a despedirse y me regaló un ícono bellísimo de la Virgen de la Ternura. En Buenos aires, la llevé a mi habitación y la saludaba cada mañana y noche. Luego tocó a mí venir a Roma, y no poder regresar. Entonces me hice traer el breviario y las cosas esenciales, entre ellas, la Virgen de la Ternura. Cada noche antes de ir a la cama beso a la Virgen de la Ternura y también a la mañana. Así se puede decir que inicio la mañana y la termino, en ucranio”.

A la salida de la Basílica, donde lo esperaba la numerosa comunidad ucraniana, el Papa nuevamente les dirigió sus palabras: “Gracias por su perseverancia en la fe. Sean firmes en la fe, y custodien la fe recibida de vuestros antepasados, y transmítanla a los hijos. Es el don más bello que un pueblo puede dar a los hijos: la fe recibida”.


 

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