TEMAS
Encuentro del Papa con la juventud coreana: viernes 15 de agosto

Retransmisión del encuentro del papa Francisco con los jóvenes de Asia, desde el santuario de Solmoe. * El lema de la jornada es “Jovenes de Asia ¡despertad! La gloria de los mártires brilla sobre vosotros.” Fuertemente vinculado a los sucesos actuales en Irak, el martirio es el tema principal de la VI Jornada, pues es uno de los fundamentos de la fortaleza de la fe de los católicos de Corea. El Santuario de Solmoe, es el lugar por donde entró el catolicismo a Corea, y hogar de casi la mitad de los mártires que serán beatificados por el Papa en esta visita. ******** «Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt.18-20). El Santo Padre se reunió con los jóvenes asiáticos a las diez y media de la mañana del 15 de agosto, en la Solemnidad de la Asunción de María, quienes lo recibieron con una cálida bienvenida.
“Nosotros somos jóvenes que quieren vivir según la Palabra de Jesús, pero vivimos en un entorno muy difícil a nivel personal, de pueblo y de nación. Reunidos aquí en ocasión de la Jornada de la Juventud Asiática, queremos compartir entre nosotros nuestras preocupaciones y pensamientos, y también queremos compartir con el Santo Padre, que venido a visitar aquí a los jóvenes en dificultad, a escuchar sus palabras. Su sabiduría nos dará fuerza”.
Estos fueron los testimonios de los jóvenes:

--- Una joven de Camboya ---
¡Querido Santo Padre! Soy Leap Lakaraksmey, vengo de Camboya. Cuando me enteré de que iba a hablar delante del Papa como representante de la juventud de Camboya, por demasiada alegría incluso lloré, pero al mismo tiempo sentía la sensación de volar. Doy gracias a Dios.
Desde pequeña recibí mucha ayuda de la parroquia. Para aprender en la escuela recibí los libros, uniformes, e incluso el dinero para los gastos escolares. A los 12 años, empecé a asistir a la Iglesia siguiendo mi papá. Desde entonces, de las hermanas que vinieron como misioneras en nuestra nación, he aprendido las Escrituras y también el método de orar. También aprendí a ir a encontrar y llevar ayuda a las personas en los pueblos lejanos. Era muy feliz en esos momentos. Desde que empecé a ir a la Iglesia, recibí muchos dones de Dios. Dones tan abundantes que no me sentía a la altura de recibirlos. Cuando tenía dificultades o sufrimientos, rezaba a Dios, y Él escuchaba todo. Y me hizo llegar dones que no hubiera nunca imaginado. Sobre todo cuando, por dificultades económicas, hubiera tenido que renunciar a la universidad, Dios, a través de muchos benefactores, me ayudó a entrar en la universidad aquí en Corea. Ahora experimento abundantes gracias que mis amigos envidian. Pero, Santo Padre, tengo una gran preocupación. Esa preocupación es cómo responder a las muchas gracias de Dios. Cuando era pequeña pensaba que debía seguir el camino de la vocación, si Dios me hubiese llamado. Hasta ahora no he cambiado de opinión. Pero ahora nació en mí un deseo. A diferencia de cuando estaba en Camboya he aprendido y conocido muchas cosas. Pienso que, si más intensamente estudio, más personas podré ayudar. Creo que podría ayudar a mis padres y a las personas de mi pueblo que viven mal. Sin embargo, ¿debería seguir el camino de la vocación renunciando a todo esto que Dios me dio para enfrentarlo? ¿O debería seguir estudiando para ayudar a tanta gente? Esta es mi mayor preocupación. Así que siento como una tentación el no elegir el camino de la vocación.
¿Es una tentación no elegir el camino de la vocación? Me parece que, si el Santo Padre respondiera a mi preocupación, podría elegir con alegría. Otra cosa que pienso que me daría tanta fuerza sería que el Santo Padre nos dijera cómo vence las tentaciones que le vienen. Me gustaría decir una cosa más. En Camboya mis amigos van a la iglesia porque “quieren conocer a Jesús y la fe católica”. Pero, debido a que Camboya no es una nación católica, hay muchas personas que no conocen la fe católica. Entonces, si uno asiste a la iglesia, se burlan de él, diciéndole: ¿Por qué sigues la fe Europea y no la nuestra tradicional? He visto a menudo que, siendo despreciados por la familia y por la gente del pueblo, con el paso del tiempo estas personas se alejan de la iglesia. Entonces me vino este pensamiento, que sería bueno que nuestra gente de Camboya pudiera tener una bella imagen de la fe cristiana.
En Corea hay tantos santos mártires y advierto que hay una muy buena imagen de la fe católica. Así que pienso que sería bueno si nacieran tantos santos también en Camboya. Cuando yo era pequeña oía de las monjas que hay tantos mártires también en Camboya. A principios del año 1970 en nuestro país muchas personas murieron en los campos de exterminio(los "campos de la muerte) provocado por Pol Pot. En aquel tiempo perdieron la vida muchos sacerdotes y monjas y también muchos fieles. En particular, también el primer obispo de Camboya, Monseñor. Joseph Chhmar Sala, perdió la vida en aquel tiempo. Nosotros católicos camboyanos, que somos pocos, creemos que el sacrificio de Monseñor Joseph Chhmar Sala y de tantos mártires custodian nuestra fe.
¡Santo Padre! ¿Podría venir también en Camboya para hacer entrar en el número de los santos nuestros mártires camboyanos? Creo que, si fuera así, muchos sacerdotes y monjas podrían desarrollar con más fuerza las actividades misioneras y ​​muchos jóvenes podrían conocer a Jesús.
--- Palabras del joven de Hong Kong ---
Santo Padre, los chinos en todo el mundo lo quieren bien. Usted nos enseña a difundir el amor de Dios y nos da coraje. Mi nombre es Giovanni, recibí el bautismo recién nacido. Actualmente trabajo en el campo del periodismo, a través de este trabajo, me siento realizado como católico y estoy agradecido. Me gusta la liturgia tal vez porque serví como monaguillo desde que tenía 9 años de edad. Hasta ahora sigo haciéndolo y ya son 24 años. Santo Padre durante la Misa que usted celebrará, ¿podría participar como monaguillo a su lado? Mi vida se ha enriquecido cada vez más en la fe, porque he participado en la liturgia. Además, como he seguido haciéndolo con los obispos y sacerdotes, me he convertido cada vez en un buen fiel católico. Como lo hicieron los salesianos conmigo, deseo ardientemente trabajar con los jóvenes. Me gustaría mucho servir a la Iglesia y compartir con todos lo que he recibido de Dios.
Para nosotros que vivimos en Hong Kong hay muchas pruebas y desafíos en la vida. Siendo una ciudad internacional, quienes vivimos ahí nos encontramos con diferentes culturas y diferentes mentalidades. A veces, para hacer contentos a los demás, las personas pierden sus principios morales. Por eso me parece que poco a poco desaparecen la justicia y la igualdad en nuestra sociedad. Tenemos sed que en toda la ciudad de Hong Kong se difunda la vida de felicidad que viene de la fe. Los jóvenes de Hong Kong tienen capacidad y salud, y nosotros deseamos profundamente que el Santo Padre nos enseñe cómo lograr esta misión.
Entre China continental y Hong Kong hay un vínculo muy fuerte. Nuestras Iglesias son como hermanas. Lo que nos hace sufrir es que, cuanto más se desarrollan las muchas iglesias en la China continental, más aumenta el control y la opresión. A pesar de esta difícil situación, nuestros hermanos y hermanas en la China continental mantienen su fe. Por eso creemos que la Iglesia, que está en la parte continental de China tiene una fe fuerte y todos nosotros esperamos en la promesa de Dios. Así que hoy, en este lugar, me gustaría hacer algunas preguntas al Santo Padre.
La primera es: ¿qué debemos hacer nosotros junto con los hermanos y hermanas que están en China continental para mostrar en modo continuo y pacífico el amor de Dios a todos los chinos? La segunda es que muchos jóvenes de Hong Kong quieren que se realice la Jornada Mundial de la Juventud en Hong Kong. Para que se realice este deseo, ¿qué cosa debemos saber y qué tenemos que preparar?
La tercera es: ¿qué pensamiento tiene sobre los católicos chinos que están repartidos por el mundo? ¿Cuál es nuestra misión particular? Por último, me gustaría decir una cosa más. Santo Padre, en la Iglesia hay muchas personas que han cometido errores en el pasado. Personas que han pecado, que han hecho uso de drogas, que no han mantenido su pureza antes del matrimonio, que se han divorciado, que han querido abandonar la fe, etc…Pero, de igual modo, hay muchos casos de personas que, cuando deciden a regresar a la Iglesia, sienten incomodidad al no advertir la acogida de los demás y se alejan nuevamente. Santo Padre, pido una Palabra suya para que esas personas puedan sentir el valor de volver. Oramos para que los que se arrepienten sientan el amor y puedan insertarse en la comunidad.
--- Palabras de una joven coreana ---
Querido Santo Padre,¡buenas tardes! Soy Marina Park Giseon, una de las participantes de Corea en esta Jornada asiática de los jóvenes.
En primer lugar me siento muy feliz y honrada de que usted haya venido en persona a la Jornada de la Juventud Asiática para encontrarnos y escuchar nuestras palabras. Estoy un poco emocionada, pero voy a hablar con el corazón en paz, como si estuviera hablando con mi abuelo. En la actualidad, nosotros jóvenes de Corea vivimos en una sociedad de fuerte capitalismo sintiendo la confusión de los valores. Me parece que el capitalismo de Corea no da mucha importancia a la seguridad y la felicidad del hombre. Se piensa que el dinero es más importante, y fácilmente se violan los principios morales más importantes para ganar dinero. Por ello también se pierden familiares y amigos valiosos.
Además, también creo que todos los jóvenes deberían descubrir sus verdaderas identidades de acuerdo a los talentos recibidos por Dios y planificar su futuro paso a paso, pero están convirtiéndose todos en lo mismo, como si fueran máquinas. Las personas, que deberían tener una relación recíproca de amistad, se convierten en rivales para convertirse en “un sujeto considerado por la sociedad”, en lugar de “una persona que se agrada a sí misma”.
Como resultado, muchos jóvenes sienten frustración y deambulan como perdedores debido a la baja autoestima, y esta situación hace crecer también los problemas sociales como los crímenes y el suicidio. Se piensa seriamente a qué cosa es más importante, si “sobrevivir en el mundo” o “vivir bien en el mundo”, y en conclusión muchos jóvenes pasan el día “sobreviviendo en el mundo”.Yo también estoy pasando el período de mi juventud en medio de esta confusión de valores.
Pero hace un poco de tiempo comencé con valentía un nuevo trabajo para lograr mi sueño. He creado un pequeño espacio, donde la gente puede venir a conversar o a hacer actividades artísticas, etc ... En otras palabras, es una pequeña empresa dirigida por mí misma. He creado este tipo de espacio, porque para mí es importante que la gente viva feliz, teniendo un espacio en sus vidas. Por supuesto, también para mí es una alegría estar con estas personas. Pero, por una parte me llega la inquietud. Todos los jóvenes que están a mi alrededor, pasan los días vertiginosamente en una sociedad competitiva tratando de ganar más dinero, mientras que yo he tomado una decisión contraria… entonces me viene la preocupación, si es justo o no, lo que he hecho.
Santo Padre, ¿será justa mi elección? Le pido, para mí y para los jóvenes coreanos que viven en una sociedad de fuerte capitalismo, que nos hable de la vida de verdadera felicidad y nos diga una palabra sobre cómo deberíamos vivir y con qué espíritu deberíamos elegir el trabajo para nuestro futuro.También quisiera aún hablarle de la situación particular de división entre Corea del Sur y Corea del Norte. Después de 1950, Corea es una nación dividida, única en el mundo, y vivimos en el odio recíproco. Lo que escuché desde temprana edad con respecto a Corea del Norte fue todo negativo. Pero, si hemos pasado en el odio recíproco los últimos 60 años, pienso que la culpa no está toda de una parte. Me gustaría preguntarle, ¿cómo ve a Corea del Norte y con qué espíritu debemos mirar y qué podemos hacer por Corea del Norte nosotros, jóvenes católicos coreanos?.
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E NCUENTRO CON LOS JÓVENES DE ASIA -

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO -

Santuario de Solmoe
Viernes 15 de agosto de 2014 --------



Queridos jóvenes:

«¡Qué bueno es que estemos aquí!» (Mt 17,4). Estas palabras fueron pronunciadas por san Pedro en el Monte Tabor ante Jesús transfigurado en gloria. En verdad es bueno para nosotros estar aquí juntos, en este Santuario de los mártires coreanos, en los que la gloria del Señor se reveló en los albores de la Iglesia en este país. En esta gran asamblea, que reúne a jóvenes cristianos de toda Asia, casi podemos sentir la gloria de Jesús presente entre de nosotros, presente en su Iglesia, que abarca toda nación, lengua y pueblo, presente con el poder de su Espíritu Santo, que hace nuevas, jóvenes y vivas todas las cosas.

Les doy las gracias por su calurosa bienvenida. Muy calurosa, realmente calurosa. Y les agradezco el don de su entusiasmo, sus canciones alegres, sus testimonios de fe y las hermosas manifestaciones de sus variadas y ricas culturas. Gracias especialmente a Mai, Giovanni y Marina, los tres jóvenes que han compartido sus esperanzas, inquietudes y preocupaciones; las he escuchado con atención, y no las olvidaré. Agradezco a monseñor Lazzaro You Heung-sik sus palabras de introducción y les saludo a todos ustedes de corazón.

Esta tarde quisiera reflexionar con ustedes sobre un aspecto del lema de la Sexta Jornada de la Juventud Asiática: «La gloria de los mártires brilla sobre ti». Así como el Señor hizo brillar su gloria en el heroico testimonio de los mártires, también quiere que resplandezca en sus vidas y que, a través de ustedes, ilumine la vida de este vasto Continente. Hoy, Cristo llama a la puerta de sus corazones, de mi corazón. Él les llama a ustedes y a mí a despertar, a estar bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente importan en la vida. Y, más aún, les pide y me pide que vayamos por los caminos y senderos de este mundo, llamando a las puertas de los corazones de los otros, invitándolos a acogerlo en sus vidas.

Este gran encuentro de los jóvenes asiáticos nos permite también ver algo de lo que la Iglesia misma está destinada a ser en el eterno designio de Dios. Junto con los jóvenes de otros lugares, ustedes quieren construir un mundo en el que todos vivan juntos en paz y amistad, superando barreras, reparando divisiones, rechazando la violencia y los prejuicios. Y esto es precisamente lo que Dios quiere de nosotros. La Iglesia pretende ser semilla de unidad para toda la familia humana. En Cristo, todos los pueblos y naciones están llamados a una unidad que no destruye la diversidad, sino que la reconoce, la reconcilia y la enriquece.

Qué lejos queda el espíritu del mundo de esta magnífica visión y de este designio. Cuán a menudo parece que las semillas del bien y de la esperanza que intentamos sembrar quedan sofocadas por la maleza del egoísmo, por la hostilidad y la injusticia, no sólo a nuestro alrededor, sino también en nuestros propios corazones. Nos preocupa la creciente desigualdad en nuestras sociedades entre ricos y pobres. Vemos signos de idolatría de la riqueza, del poder y del placer, obtenidos a un precio altísimo para la vida de los hombres. Cerca de nosotros, muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada desesperación. Parece como si Dios hubiera sido eliminado de este mundo. Es como si un desierto espiritual se estuviera propagando por todas partes. Afecta también a los jóvenes, robándoles la esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma.

No obstante, éste es el mundo al que ustedes están llamados a ir y dar testimonio del Evangelio de la esperanza, el Evangelio de Jesucristo, y la promesa de su Reino. Éste es tu tema, Marina. Voy a hablar sobre él. En las parábolas, Jesús nos enseña que el Reino entra humildemente en el mundo, y va creciendo silenciosa y constantemente allí donde es bien recibido por corazones abiertos a su mensaje de esperanza y salvación. El Evangelio nos enseña que el Espíritu de Jesús puede dar nueva vida al corazón humano y puede transformar cualquier situación, incluso aquellas aparentemente sin esperanza. ¡Jesús puede transformar cualquier situación! Éste es el mensaje que ustedes están llamados a compartir con sus coetáneos: en la escuela, en el mundo del trabajo, en su familia, en la universidad y en sus comunidades. Puesto que Jesús resucitó de entre los muertos, sabemos que tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68), y que su palabra tiene el poder de tocar cada corazón, de vencer el mal con el bien, y de cambiar y redimir al mundo.

Queridos jóvenes, en este tiempo el Señor cuenta con ustedes. Sí, cuenta con ustedes. Él entró en su corazón el día de su bautismo; les dio su Espíritu el día de su confirmación; y les fortalece constantemente mediante su presencia en la Eucaristía, de modo que puedan ser sus testigos en el mundo. ¿Están dispuestos a decir «sí»? ¿Están listos?

Muchas gracias. ¿Están cansados? [No] ¿De verdad? [Sí] Queridos amigos, como alguien me dijo ayer: “Usted no puede hablar a los jóvenes con papeles; tiene que hablar, dirigirse a los jóvenes espontáneamente, desde el corazón”. Pero tengo una gran dificultad: mi inglés es pobre. [No] Sí, sí. Pero, si quieren, puedo decirles otras cosas espontáneamente. ¿Están cansados? [No] ¿Puedo continuar? [Sí] Pero lo haré en italiano. [Volviéndose al traductor] ¿Puede usted traducir? Gracias. Vamos.

Me ha llamado poderosamente la atención lo que ha dicho Marina: su conflicto en la vida. ¿Qué hacer? Si ir por el camino de la vida consagrada, la vida religiosa, o estudiar para estar mejor preparada para ayudar a los otros.

Se trata de un conflicto aparente porque, cuando el Señor llama, llama siempre a hacer el bien a los demás, sea en la vida religiosa, en la vida consagrada, o sea en la vida laical, como padre y madre de familia. La finalidad es la misma: adorar a Dios y hacer el bien a los otros. ¿Qué tiene que hacer Marina y cuantos de ustedes se hacen esta misma pregunta? También yo me la hice en su momento: ¿Qué camino he de elegir? ¡Tú no tienes que elegir ningún camino! Lo tiene que elegir el Señor. Jesús lo ha elegido. Tú tienes que escucharle a él y preguntarle: Señor, ¿qué tengo que hacer?

Ésta es la oración que un joven debería hacer: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Y con la oración y el consejo de algunos amigos de verdad –laicos, sacerdotes, religiosas, obispos, papas… también el Papa puede dar un buen consejo–, con su consejo, encontrar el camino que el Señor quiere para mí.

Oremos juntos.

[Se dirige al sacerdote traductor] Pídales que repitan en coreano: Señor, ¿qué quieres de mi vida? Tres veces.

Oremos.

Estoy seguro que el Señor les va a escuchar. También a ti, Marina. Seguro. Gracias por tu testimonio.

Perdón. Me he equivocado de nombre: la pregunta la hizo Mai, no Marina.

Mai ha hablado de otra cosa: de los mártires, de los santos, de los testigos. Y nos ha dicho, con un poco de dolor, un poco de pena, que en su tierra, en Camboya, todavía no hay santos. Pero veamos… Santos hay y muchos. La Iglesia todavía no ha reconocido, no ha beatificado, no ha canonizado a ninguno. Muchas gracias, Mai, por esto. Te prometo que, cuando vuelva a casa, voy a hablar con el encargado de estas cosas, que es una gran persona, se llama Angelo, y le pediré que estudie esta cuestión y se ocupe de ella. Gracias, muchas gracias.

Ya es hora de terminar. ¿Están cansados? [No] ¿Seguimos un poco más? [Sí]

Ocupémonos ahora de lo que ha dicho Marina. Marina ha hecho dos preguntas… No dos preguntas; ha hecho dos reflexiones y una pregunta sobre la felicidad. Nos ha dicho una cosa que es verdad: la felicidad no se compra. Y, cuando compras una felicidad, después te das cuenta de que esa felicidad se ha esfumado… La felicidad que se compra no dura. Solamente la felicidad del amor, ésa es la que dura.

Y el camino del amor es sencillo: ama a Dios y ama al prójimo, tu hermano, que está cerca de ti, que tiene necesidad de amor y de muchas otras cosas. “Pero, padre, ¿cómo sé yo si amo a Dios?”. Simplemente si amas al prójimo, si no odias, si no tienes odio en tu corazón, amas a Dios. Ésa es la prueba segura.

Y, después, Marina ha hecho una pregunta –entiendo que se trata de una pregunta dolorosa– y le agradezco que la haya hecho: la división entre los hermanos de las Coreas. Pero, ¿hay dos Coreas? No, sólo hay una, pero está dividida; la familia está dividida. Ahí está el dolor… ¿Cómo hacer para que esta familia se una? Digo dos cosas: en primer lugar, un consejo, y luego una esperanza.

Antes que nada, el consejo: orar; orar por nuestros hermanos del Norte: “Señor, somos una familia, ayúdanos, ayúdanos a lograr la unidad. Tú puedes hacerlo. Que no haya vencedores ni vencidos, solamente una familia, que haya sólo hermanos”. Ahora les invito a rezar juntos –después de la traducción–, en silencio, por la unidad de las dos Coreas.

Hagamos la oración en silencio.

[Silencio]

Ahora la esperanza. ¿Qué esperanza? Hay muchas esperanzas, pero hay una preciosa. Corea es una, es una familia: ustedes hablan la misma lengua, la lengua de familia; son hermanos que hablan la misma lengua. Cuando [en la Biblia] los hermanos de José fueron a Egipto a comprar de comer porque tenían hambre, tenían dinero, pero no tenían qué comer. Fueron a comprar. Fueron a comprar alimento y encontraron a un hermano. ¿Por qué? Porque José se dio cuenta que hablaban su misma lengua. Piensen en sus hermanos del Norte: hablan su misma lengua y, cuando en familia se habla la misma lengua, hay también una esperanza humana.

Hace un momento hemos visto algo hermoso, el sketch del hijo pródigo, ese hijo que se marchó, malgastó el dinero, todo, traicionó a su padre, a su familia, traicionó todo. Y en un momento dado, por necesidad, pero con mucha vergüenza, decidió regresar. Y tenía pensado cómo pedir perdón a su papá. Había pensado: “Padre, he pecado, he hecho esto mal, pero quiero ser un empleado, no tu hijo”, y tantas otras cosas hermosas.

Nos dice el Evangelio que el padre lo vio a lo lejos. Y ¿por qué lo vio? Porque todos los días subía a la terraza para ver si volvía su hijo. Y lo abrazó: no le dejó hablar; no le dejó pronunciar aquel discurso, y ni siquiera le dejó pedir perdón… e hizo fiesta. Hizo fiesta. Y ésta es la fiesta que le gusta a Dios: cuando regresamos a casa, cuando volvemos a él. “Pero, Padre, yo soy un pecador, una pecadora…”. Mejor, ¡te espera! Es mejor y hará fiesta. Porque el mismo Jesús nos dice que en el cielo se hace más fiesta por un pecador que vuelve, que por cien justos que se quedan en casa.

Ninguno de nosotros sabe lo que le espera en la vida. Y ustedes jóvenes: “¿Qué me espera?”. Podemos hacer cosas horribles, espantosas, pero, por favor, no pierdan la esperanza; el Padre siempre nos espera. Volver, volver. Ésta es la palabra. Regresar. Volver a casa porque me espera el Padre. Y si soy un gran pecador, hará una gran fiesta. Ustedes sacerdotes, por favor, acojan a los pecadores y sean misericordiosos.

Oír esto es hermoso. A mí me hace feliz, porque Dios no se cansa de perdonar; nunca se cansa de esperarnos.

Había escrito tres propuestas, pero ya he hablado de ellas: oración, Eucaristía y trabajo por los otros, por los pobres, trabajo por los demás.

Ahora me debo ir. [No] Espero contar con su presencia en estos días y hablar de nuevo con ustedes cuando nos reunamos el domingo para la Santa Misa. Mientras tanto, demos gracias al Señor por el don de haber transcurrido juntos este tiempo, y pidámosle la fuerza para ser testigos fieles y alegres, testigos fieles y alegres de su amor en todos los rincones de Asia y en el mundo entero.

Que María, nuestra Madre, los cuide y mantenga siempre cerca de Jesús, su Hijo. Y que los acompañe también desde el cielo san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Con gran afecto, les imparto a todos ustedes mi bendición.

Y, por favor, recen por mí, no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.







 

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